Desde las teorías del entrenamiento y la educación física, tradicionalmente el entrenamiento de fuerza ha estado vetado para los niños. Sin embargo, desde hace unos años cada vez son más los autores que defienden este trabajo específico no tanto para mejorar el rendimiento deportivo –que también, pues es un resultado consecuencia de ese entrenamiento- sino sobre todo el propio desarrollo de los niños.
Está claro que en las primeras edades –finales de la categoría alevín y principios de la infantil- tienen que ser pocas sesiones y con estímulos no demasiado altos, siempre asumibles para el cuerpo de los niños y con un aumento muy paulatino y progresivo de las cargas. Todo esto combinado con diversión, porque en general el entrenamiento de fuerza se hace a través de series en la bici y eso a un adulto tal vez le motive, pero para los niños no es precisamente lo más atractivo.
Como consecuencia de un desarrollo más equilibrado
–Que es lo que se persigue con el entrenamiento de fuerza- llegará el que realmente es el gran objetivo de este trabajo: disminuir el riesgo de lesiones. Es imprescindible que el monitor/entrenador esté pendiente de la realización del ejercicio para evitar precisamente que se produzcan dolencias. Los factores que más contribuyen a la aparición de lesiones son, sobre todo, la falta de un condicionamiento previo, un mal calentamiento, el uso de cargas demasiado altas para su edad y la falta de pericia para ejecutar los movimientos correctamente. La figura del monitor se hace imprescindible.
Para empezar, el uso del propio cuerpo –por ejemplo, con ejercicios por parejas tirando un compañero del otro- o un balón medicinal de poco peso son buenos elementos para trabajar la fuerza. Y para edades tan tempranas, la mejor forma de mejorar esta condición es mediante series de poca carga –levantamiento, lanzamiento- y un número algo más alto de repeticiones. Próximamente añadiremos algunos ejercicios más específicos y divertidos para que los niños puedan disfrutar y jugar a la vez que mejoran su fuerza.