A un mes de que se dispute el Tour de Francia 2020 se siguen suspendiendo carreras y alterando recorridos debido a la Covid19.
¿Es compatible la actividad de un deporte profesional como el ciclismo en medio de una pandemia?
De momento parece que sí, la Vuelta a Burgos se disputa esta semana en España y después le seguirán otras citas del calendario ciclista, en Francia y en Italia. La ronda española ha dado el pistoletazo de salida a una temporada ciclista prácticamente condensada en 100 días de competición, pero con muchas incertidumbres pese a las medidas de seguridad sanitaria impuestas.
En los últimos días, la UCI ha anunciado la cancelación definitiva de las dos clásicas que se corren en Canadá –Québec y Montreal– y también la Clásica de Hamburgo. Lo mismo ha ocurrido con la belga Fleche d’Heist. La Milán-San Remo ha tenido que modificar en torno al 40% de su recorrido porque la región de Savona ha vetado el paso de la caravana ciclista por el potencial peligro que veían algunos de sus alcaldes.
A diferencia de otros deportes que se disputan en recintos cerrados, el ciclismo necesita carreteras abiertas, paso franco y mucho camino por recorrer. En principio, el disputarse al aire libre no debería ser un problema, porque los expertos dicen que el virus es menos contagioso en esas condiciones, pero el carácter itinerante del ciclismo es otro cantar. Las organizaciones y los equipos profesionales de ciclismo deben mantener la “burbuja sanitaria segura” desplazando día a día a cientos de personas, cuidando que no tengan contacto con externos y que fuera de carrera se mantenga la distancia de seguridad.
Probablemente, el menor de los problemas sea el control sanitario durante las 5-6 horas que duran las etapas habitualmente. Entendemos que lo complicado viene después, cuando todo el personal está concentrado en un área muy pequeña para descansar, cenar y dormir. A esto hay que sumar el contacto, más o menos directo, con trabajadores y establecimientos diferentes casi a diario (hoteles, restaurantes…). Un reto logístico de proporciones considerables.
A todo esto, hay que sumar el contexto de expansión, por segunda vez, de la pandemia, con la espada de Damocles del posible veto de las autoridades sanitarias en cualquier momento. Los organizadores, con el aval federativo correspondiente, tratan de crear un ambiente seguro y para ello no dudan en ser draconianos en las medidas a tomar. En la Vuelta a Burgos, por ejemplo, el segundo día expulsaron dos ciclistas de cada uno de los equipos profesionales ciclistas Israel Startup Nation y a otros dos del UAE. No los expulsaron por dar positivo, sino por haber estado en contacto con un contagiado.
La pregunta es obvia: ¿Serán estas medidas suficientes para garantizar la celebración de todas las competiciones ciclistas?