Ahora que el verano va tocando a su fin empieza a ser buen momento para adentrarse en el monte con BTT y hacer alguna ruta campestre. Sin duda estamos ante un ciclismo distinto, muy divertido y con una mayor tranquilidad que el de carretera ya que al disputarse en el campo no tenemos que estar pendientes del tráfico. Y ya sólo con eso podemos rodar mucho más relajados.
Lo que más se disfruta de cualquier ruta en bici de montaña es sin duda el descenso. Pero, evidentemente, también estamos ante la parte más traicionera de cualquier ruta. La sensación de libertad que da un descenso no tiene prácticamente comparación con nada cuando vamos subidos en la bici. Pero también es el tramo más peligroso de cualquier ruta. Por eso hoy damos un par de nociones, muy básicas, para ir perdiendo el miedo.
En primer lugar, antes de empezar a meterse por veredas muy técnicas es bueno empezar con carriles. Más anchura, un suelo un poco más regular y sobre todo que estará, en general, bastante más seco. A la hora de descender es importante tener claras varias cosas:
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No tomemos riesgos innecesarios
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Dominar la bici
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Centro de gravedad y reparto del peso
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Mirar con profundidad de campo
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No saltar ni dar frenazos bruscos
Si no estamos seguros de que podremos bajar esa pendiente –en un principio con los carriles no va a haber problemas, pero si hay alguna curva, irregularidad, etcétera y creemos que no vamos a poder pasarla-, mejor echar pie a tierra. Y el descenso, evidentemente, con un buen casco.
Es el niño el que tiene que descender con la bici, no que la máquina “descienda al niño”. Si no tiene sensación total de control, es que no tiene el control y eso antes o después será sinónimo de caída.
Es importante que el niño vaya ligeramente agachado, con los codos y las rodillas flexionadas. Así amortiguará los posibles golpes, y llevará el centro de gravedad más bajo. Cuando la pendiente sea más fuerte, debe echar el peso un poco hacia atrás. Así evitará lanzarse demasiado.
Es importante que no se fije la mirada en lo que se tiene justo delante, sino poner la vista ‘en profundidad’. Es decir, irse fijando en lo que viene. La velocidad –cada uno a su nivel- hace que si sólo miramos lo más inmediato, la propia inercia nos acabe “superando” y vayamos perdiendo el control.
El toque de freno debe ser suave y, desde luego, saltar debe ser sólo un recurso para evitar obstáculos. Un frenazo demasiado fuerte puede hacer derrapar la bici y terminar en el suelo. Lo mismo con un salto, que desestabilizará la marcha y hará que perdamos agarre.
Como en todo, es importante que el aprendizaje y la dificultad sean graduales. Por tanto, lo mejor es empezar por carriles y después ir introduciendo veredas cortas y poco complicadas. Evidentemente, la compañía de alguien que sepa y se pueda poner delante para guiar al niño es una ayuda de lo más útil.